jueves, 8 de julio de 2010

Guanajuato, 17 de Noviembre de 1873


Estimado Joan:

No es pequeña la ilusión y el nerviosismo con los que te escribo hoy, -sentada en el borde de una fuente preciosa en el centro de la Plaza Mayor-, comparables tan solo con el momento anterior a la primera escena de un estreno en mi añorado Teatro Real. Como acordamos, hemos tardado en escribirte, en parte por mi culpa, por tener que frenar los impulsos poco precavidos de Narciso.

Sincera te seré: aún no tengo decidido si enviarte esta carta o no, pues en ocasiones me pregunto a mí misma si todo lo que sucedió el pasado año fue verdad o, simplemente -complejamente, más bien- un reflejo de los impulsos y deseos de mi interior revolucionario, un sueño que duró meses, eso sí, que ha sido merecedor de durar meses.

Deberías de estar aquí, Joan; la libertad es incontrolable. Narciso bromea diciendo que ni el cinto del Sargento Pradas podría abarcar tanta rebeldía. Aún así, también te diré, Joan, que al igual que el destino ha resultado superar mis expectativas, el camino ha sido duro y fatigoso. Te lo contaré, así que espero que esta carta solo llegue a tus manos.

Puesto que sabíamos que salir por el Mediterráneo no iba a ser fácil, nos dirigimos al puerto portugués de Leirosa, lo que nos llevó cinco largos días de andar bajo búsqueda y captura desde Madrid. Desgraciadamente, no cabía en nuestro esfuerzo la pereza de nuestro amado Paul. Leirosa me hizo recordar - y adentrarme en- el viaje de Cristóbal Colón, ridiculizado por algunos y alabado por otros, igual que nosotros animados por algunos y perseguidos y odiados por muchos otros. El sexto día decidimos pasarlo en una posada; tampoco podíamos esperar mucho más para partir hacia México, ya que la mayor parte del dinero con el que contábamos había servido para, primero, alimentar las bocas propias y, segundo, hacer callar algunas bocas ajenas que pretendían delatarnos.
En todo el camino, no tuvimos rayo de luz más potente que el que iluminó aquella noche; en la posada conocimos a Antonio Martín y a su mujer Concha Rubio, dueños del establecimiento. Mantuvimos una charla hasta bien entrada la noche. Hablamos de la ineptitud del mando actual, pudiendo ofrecernos ellos un punto de vista clarificador, a la par que esperanzador. Ambos eran andaluces, y perseguidos por un cacique gaditano. Sentimos - tanto Narciso como yo - unas ganas tremendas de contarles todo lo sucedido y hasta donde habíamos llegado, sobre todo cuando Concha mencionó que había oído hablar de un presunto atentado en la capital española por una célula revolucionaria y dijo que "una acción así abre más los ojos que cualquier palabra", y que "vivan los libertadores españoles". En ese momento una lágrima asomó por la comisura de mi ojo recordándoos, pero por nuestra seguridad, nos inventamos una historia en la que éramos dos condenados político-administrativos que buscaban refugio más allá de la cárcel peninsular.
Nos dijeron que tenían un amigo cuya nave zarpaba hacia México, y que podrían conseguirnos un buen precio, así que, a la mañana, despidiéndonos del matrimonio él nos dijo que a primera hora, temprano, había ido a hablar con el capitán y que nos esperaría en el cuarto muelle. Así que nos fuimos, serpenteando por las calles del pueblo camino al muelle, donde embarcamos.
Durante el viaje en barco, Joan, hubiese querido conocer al tuerto que nos echó el mal de ojo: Narciso cayó enfermo de tifus, por lo que temí por su vida -aunque al final, gracias a Dios, sanó-, y por si fuera poco, al décimo día una revelación vino a nosotros: El Capitán del barco divisó a lo lejos lo que resultó ser un navío español cuya tripulación marchaba de vuelta a Madrid de las Américas. No podrás creer o que oímos, Joan; hablando del dinero, de la fortuna y de las oportunidades, el capitán del otro navío mencionó el caso de un amigo suyo, el encargado de terminar las obras del tram de Madrid. A este se le había ofrecido, al parecer, dirigir -terminadas las obras- la marcha del trtanvía, pero en lugar de eso, delegó su cargo... en Marcial. En Marcial, Joan. En ese momento no pude contener mi rabia, no podía creerlo, quien había formado parte activa de nuestras charlas... En el momento en el que lo vi en la Torre del Reloj, pensé que nos había engañado todo el tiempo, así que por lo menos, creía que nos traicionó por sus ideales, pero al parecer no; era por dinero; aquel que había insultado en nuestras reuniones al capitalismo, descansaba ahora en los brazos de ese demonio. Pero casi mejor, prefiero pensar que eso sí que, realmente, no pasó y más que un sueño, fue una pesadilla.
El resto del trayecto fue muy duro para mí. Narciso siguió con fiebres, pero ya superado el tifus, hasta que desembarcamos.

Una vez en tierra, pude despreocuparme en parte, pude pensar con claridad; estaba en el Nuevo Mundo, y empezaba una nueva vida. Una vez aquí no nos fue difícil montarnos en una diligencia hasta Guanajuato, donde mi tía nos acogió a Narciso y a mí con todo su cariño y dedicación.

Y eso es todo hasta ahora, Joan, tenemos nuestra pequeña "nueva vida" aquí. Os echamos mucho de menos. Dime, ¿Qué fue de Lafarge, marchó del país? ¿Y Esteban y Andrés, luchadores natos, qué fue también de ellos?

Ya espero impaciente tu respuesta.

Ojalá os hubiera conocido antes, Joan, a todos. Ahora me quedan esos momentos con vosotros, en el que distintas voces a distintos ritmos, se aunaban para exclamar una sola palabra: Revolución.


Luisa Fernanda del Castillo Torres





domingo, 4 de julio de 2010

1º BOHEMIO DE LA SEMANA. Paul Lafargue.


.
Pese a la pereza que me daba aqui esta el yerno de Karl Marx para su disfrute. Haciendo honor al ilustre no he usado un tiempo mayor a tres horas.

jueves, 1 de julio de 2010

DE ESTEBAN MAURÍN. héroe rural.


La revolución en su acción se nota,
quien de cuya gorra el sudor brota.

A Madrid ha llegado,
aquél buscando su Hado.

Camina mientras fuma,
quizá para paliar su hambruna.

En una iglesia del demonio un cura ha conocido,
quien compra su género prohibido.

Y Así sin más dilación,
Se acerca a una manifestación.

Donde surgirá la celula revolucionaria,
unida cual oruga procesionaria.

Con su brazo fuerte,
a gitanos y policias resiente.

Pero tras larga andanza,
se atraviesa su panza.

y asi el héroe muere junto a su camarada el cura,
demostrando que lo bueno bien poco dura.

Bajo un retablo su alma queda en paz,
pero la ira se le marca en la faz.

Y termina la historia asi pues,
de Esteban Maurín el de Aragüés.